Muchas veces sin ser conscientes y sin querer, los adultos ponemos etiquetas a los niños (sobre todo a nuestros hijos): la consecuencia es que genera en ellos precisamente los comportamientos no deseados ya que al etiquetarlo lo estamos definiendo, el niño se encasilla, llegando a asumir que es así, por lo tanto, nunca será capaz de cambiar debido a que se siente limitado por sus “defectos” o habilidades. Como adultos, les adjudicamos un rol que de seguro lo va a incorporar toda la vida.
Por esta razón debemos prestar mucha atención a las palabras que emitimos hacia ellos, ya que un niño va formando su autoestima en base a las valoraciones que se emite de él; los niños actúan en consecuencia de las expectativas que los adultos depositamos en ellos.
Dejemos de criar a “niños tontos”, “niños gritones”, “niños llorones”, “niños débiles”, “niños fuertes”. Démosles la oportunidad que el niño “gritón” nos muestre su dulzura, el niño “desobediente” nos muestre su “flexibilidad”, que el niño “llorón” nos muestre su alegría, que el niño “fuerte” nos muestre su debilidad…
Dejemos que el niño sea quien es, para que el día de mañana deje de ser lo que nosotros un día le dijimos que era.
¿y tú de pequeño, que rol representabas?