Las razones pueden ser muchísimas, pero por lo general se hacen presentes dos: evitar un conflicto o el miedo a ser rechazado. ¿Hasta dónde somos capaces de “aguantar” para no sentir esto?
Nos hacemos daño cuando nos quedamos en una situación que no nos gusta, en un trabajo que no nos satisface, en una relación que no nos llena. ¿Quizá con esto evitemos algo, pero que pasa con nuestras necesidades? Poner límites no es fácil, da la sensación de ser “individualista”, como si esta fuera mala palabra, porque muchas veces la confundimos con egoísmo.
En la individualidad encuentro lo que quiero, lo que necesito, lo que me apetece, lo que me hace feliz. En la individualidad me escucho y me conecto. En la individualidad aprendo a quererme y curarme para poder ofrecer esto al mundo. ¿Si yo no estoy entera, escuchando mi cuerpo y haciendo conscientes mis emociones, que voy a ofrecer al afuera? No seré capaz de reconocer el límite entre Dar o Vaciarme. Los conflictos tarde o temprano aparecen debido a la acumulación de situaciones; así que puedo sentirme desvalorizado porque mi aguante en el tiempo no sirvió de nada.
¿Pero si yo no me escucho, por qué iban a escucharme los otros?
Uno de los primeros pasos para poner límites es conocerme, así podré saber que me gusta y que me disgusta; lo que me nutre y lo que me vacía; el otro es amarse lo suficiente a uno mismo para dejar de aceptar situaciones, momentos, personas, trabajos, relaciones, y lugares que no nos agradan.